El sonido agresivo de las
respiraciones ajenas, una suerte de avalancha irracional por un una meta, un
objetivo, la búsqueda de un nuevo sentimiento, la fuerza de las pisadas que
marcaban una pauta entre un antes y un después cualquiera sea el resultado, las
miradas extrañas de los ajenos que nos veían con un rostro menos desorientado
que el nuestro mismo pero más seguros de que estábamos, sin lugar a dudas,
locos de atar.
Es indescriptible la sensación de
luchar contra el yo, de sentir que no
tienes más remedio que tratar de ser más que el que está adelante tuyo y no
dejarte alcanzar, siquiera, por el que va detrás, muchas veces en la vida
diaria aplicar este esquema sería propio de una situación instintiva, casi
animal, en ocasiones egoísta o simplemente irracional; este no es el caso.
Llegaban las 4:00am, más de cinco
alarmas tocarían el timbre al unísono para darnos pie a la aventura. Es la
madrugada del primer sábado de febrero del año 2014, no se ha dormido lo
suficiente y la alimentación estuvo por debajo de los estándares necesarios
para siquiera caminar veinte metros bajo el sol, en fin, el caso es que
estábamos ahí, ultimando detalles para llegar al palacio de los que tienen y
que lo pueden, el balneario de Asia, tierra de ricos y los wanna be, donde el pobre es el que lo parece, por más de que no lo
sea.
Enrumbados en dos confortables
autos llegamos con hora marcial, ajetreados más que emocionados, silentes y
dormitando pero claros en lo que debíamos hacer, comenzar a prepararnos para
endurecer el corazón. Comenzaba el
ritual, bloqueador solar en cantidades industriales, vaselina para los dedos
del pie –dícese que el frotamiento de este controversial ungüento entre los
dedos del pie ayuda a que no haya un rozamiento agresivo entre los mismos y que
por ende no genere heridas ni laceraciones, no lo sabía y ahora lo sé- , para
el caso de los que demoramos en calentar nos embadurnamos las extremidades
inferiores con Icy Hot y para los que
no, simplemente una serie de estiramientos cuasi lúdicos que permitían llevar
sus músculos a altas temperaturas en
pocos minutos, hidratación con bebidas energéticas, la implementación de los
artículos básicos para el trail runnig: gorros, pitos, tubulares, el chip de
control, entre otros; y también la colocación de aparatos muchas veces superfluos
y muchas veces útiles para los entendidos del tema: correas con soporte para
botellas hidratantes, muñequeras, vinchas, escarpines, arneses, tobilleras,
rodilleras ortopédicas, lentes para el sol , y demás artefactos especializados.
Caminamos con extraña vehemencia
hacia la entrada del evento, lógico sintiéndonos los reyes de la salud y las
buenas costumbres al lado de los ebrios, beodos o fervientes devotos de la
cerveza, el cigarrillo o el whisky que por esas horas terminan de vivir la vida
loca y salen del Boulevard cual campanario de monasterio, to the left to the
right. Esto en algún momento es motivante en la medida que recuerdas que cuando
te aferras al alcohol hasta tempranas horas de la mañana te encuentras siempre
con aquella señorita que sale a correr, con aquel tipo de buena traza que pasea
al perro y aprovecha para comprar el pan, con esa familia saludable comandados
por un matriarcado solemne que rebate el argumento del domingo de descanso y
promueve el pronto y prolongado ejercicio comunal. Si no es motivante, al menos
te embarra de vergüenza ajena -me ha pasado-.
Muchos colores por todos lados,
gente de toda edad que viste como el running lo amerita, fabulosidad dentro de
la simpleza del ejercicio. Zapatillas de las mejores marcas que son rebatidas
hacia el suelo en todo tipo de pisada soberbia y flexión temeraria, mujeres que
acomodan los últimos detalles del vestuario de sus maridos, maridos que
supervisan que no se pierdan sus hijos en el frenesí propio del tumulto, guías
estratégicamente posicionados para supervisar el desarrollo del evento y un
anfitrión con micrófono en mano, más instruido en el tema de lo que su físico
obeso y languidecido pudiera suponer, aunque con una labia florida y una
capacidad única de hacernos esperar por el retraso de la partida sin que se
genere desesperación colectiva (la carrera se retrasó aproximadamente una hora,
la misma que sirvió para terminar de darle tiempo a los asistentes de calentar,
o al menos terminar de dormir lo restante de esa media noche).
Debo hacer un paréntesis porque
debo comentar que en la madrugada, mientras yo comenzaba a dormir, en el arco
de la entrada del boulevard salían los participantes de ochenta y cincuenta
kilómetros hacia el desierto de Asia, cosa que personalmente me parece una
locura, un salvajismo y una tortura –imagino que pensaré esto hasta estar
preparado para inscribirme en alguna de estas categorías a las que, en mi
calidad de amateur, no tengo acceso-. Una cuestión de ya no sé qué, tal vez tenacidad,
entereza, tal vez fuerza, motivación, tal vez sí, o tal vez no, tal vez quién
sabe, esos dones sobrenaturales que da Dios, que consigues en un gimnasio, que
aprendes con la necesidad o que
simplemente están ahí. Mi más grande respeto por esas personas que son
héroes de sus misas historias y que han superado la barrera del ‘¿llegaré?’.
Ocho y media de la mañana, los
participantes de 21K ya están en la partida y los de 10K terminando de calentar
porque saldrían veinte minutos después, hay revuelo, el ambiente se calienta,
se escuchan de a pocos los sonidos de las cámaras, la gente terminando de subir
a Instagram y Facebook sus ‘selfies’, el sol que ataca agresivamente con su
pronta espectacularidad y el cronista anunciando el conteo regresivo desde 3
minutos antes del silbatazo inicial. Comienza la carrera.
Los primeros metros siempre son
amigables a la impetuosidad, arrancar como caballo para dejar atrás a los que
menos resistencia deberían de tener (supuestamente) en uno o dos kilómetros,
esto es irreal para el caso. Fueron unos trescientos metros en el tramo inicial
hasta un puente, subida y bajada, todo en el asfalto hasta entrar a un arenal,
y qué arenal. Por lo general todos correctos, todos en línea recta, cual
solados, entre rápidos y lentos, con la vestimenta impecable y sin un ápice de
cansancio en el cuerpo, respiraciones absolutamente enérgicas, música a todo
volumen, los recipientes con hidratantes llenos, una pequeña primera parte
ideal.
Me duele el talón derecho y ambas
canillas, no he ingresado más de un kilómetro adentro pero siento que fueran
diez ¿qué pasa, qué estoy haciendo mal? No sé, pero tampoco pretendía tener
respuesta siendo mi primera vez en trail mode. Una atlética mujer de
aproximadamente 30 años le decía a su esposo que corra de frente sin separar
las rodillas, que pegue las piernas y que dé pequeños saltos para no levantar
mucha arena; traté disimuladamente de contagiarme de ese estilo pero mi ritmo
no me lo permitía, decidí correr como sé hacerlo, simplemente cerrar los ojos y
correr pero no, casi me doblo el tobillo. En este tipo de rutas no puedes darte
el lujo de ser frenético, muy por el contrario, se debe ser metódico en la
manera de pisar, transitar de forma
estratégica en la medida de poder avanzar a un paso regular sin agotar
esfuerzos para las partes más difíciles, saber guardar cuerpo y controlar la
respiración que en adelante es lo único que escucharás dentro de ti.
Empieza la subida y no puedo
dejar de asociar esa imagen mental a los miles de zombies tratando de escalar
por un paredón pisándose entre sí, en una escena memorable de World War Z con
el siempre antipático Brad Pitt. Regresando al momento, podía ver muchas
personas delante pero podía ver más personas atrás, la arena estaba
incandescente y se prestaba para derretir cualquier tipo de tobillo indomable.
Las costosas zapatillas de algunos dejaban de verse tan importantes cuando
volteaba y lograba divisar solo las medias llenas de tierra y suciedad, casual.
Me aferraba a la idea de poder desempeñarme como en el pavimento pero no, era
más que imposible aunque encontré una manera pícara y traviesa de escalar con
mayor facilidad, siguiendo las huellas dejadas por la persona de adelante. El
pisado en una subida en la arena marca una pequeña cuenca ya apilada y dura
donde muy difícilmente con otra pisada generarás un sobrehundimiento, de esta
manera conseguía tener el piso medianamente llano y el ritmo medio del corredor
de adelante que de nada de esto se enteró.
Tres cuestas arriba, ya el gorro
y el polo necesitan el cambio que nunca llegó, el dolor en la lumbar se
anuncia, estar caminando en esa colina sinuosa deja de ser divertido cuando
casi llegando a la cúspide ves a motorizados disfrutando un paseo por aquellas
dunas pero nada se podía hacer, estábamos llegando a la cima, una pseudocima, a
la primera gran cima. Ya con una vista espectacular de la carretera y la playa
se divisan muchos puntos al inicio de la partida, runners, que seguramente no
superarán ni la primera parte del recorrido en el tiempo estimado, serán
descalificados pero se tomarán el tiempo de hacer la ruta hasta llegar y
vencerse a sí mismos, es lo que cuenta, es lo que hay. Volvemos a trotar.
En adelante no nos referiremos a
‘correr’ hasta los kilómetros finales, no estaría ajustado a la realidad.
Comienzan las pequeñas bajadas y las nuevas grandes subidas ¿qué es esto?,
¿dónde estamos?, ¿a dónde vamos?; todo es ejercicio muscular y dolor, el
cansancio pasó a un segundo plano porque ya todo te genera dicho cansancio, lo
nuevo es lo fuerte que toca vivir; la colina se hace más picada, las piernas
revientan de dolor y caminar despacio es la reacción natural del cuerpo, o de
lo que queda de él. Vamos caminando cuarenta minutos y estamos en unas
precipitaciones extrañas, unas subidas diagonales qué solo tienen pequeños
caminos hechos a base de huellas y de líneas de motocross. Por ahí vamos. Los
pocos que trotamos nos adelantamos unos a otros entre descanso y descanso, se
visualiza una última cima, subimos, respiramos más fuerte, nos desesperamos por
llegar, las puntas de las narices son cañerías y los gemidos de gloria
contagian la rigurosidad del trámite
ascendente, falta poco, tengo que cuidarme de no chocarme con nadie ni que me
ruede por el vacío de la derecha, es muy intenso todo, la fuerza de poner el
peso en la diagonal de los tobillos es muy fuerte, ya no hay piernas, llegamos.
Un nuevo acompañante se presenta
imponente y avasallador, como invitándonos a entrar en las profundidades de su
ser, el imponente viento del desierto. Llegar a esta cima no ha sido nada fácil
y como cuando uno sube a Machu Picchu, lentamente descubre la mirada hacia la majestuosidad
de la montaña, así; llegar a la cima y deleitar la vista con absolutamente nada
más que arena y sentir en el rostro esos azotes de aire mezclados con polvo y
ramas que salían de la bajada más estricta que me ha tocado vivir, una suerte
de rampa picada casi infranqueable en sus suelos, imposible de dominar;
estábamos comenzando a bajar con todo el cuerpo inclinado para atrás, los
tobillos pagaban el trámite de la inclinación, las plantas de los pies en
perfecta diagonal hacia la izquierda, es desesperante, no eres tú el que
intenta avanzar, es la profundidad del vacío que te arrastra a sus entrañas,
como si todo lo que se hubiera hecho hasta el momento tuviera su culminación
ahí mismo, donde yacíamos indefensos a la prepotencia de la gravedad.
Estamos recuperando vida en las
piernas luego de la bajada, hay justa necesidad de agua, la sed va alcanzando
los mismos niveles de importancia que la respiración. Llegamos al primer y
único punto de hidratación, en este encontramos bebidas, frutas frescas y
frutos secos, snacks, barras energéticas, chocolates, en resumen todo lo que
nos proveería de calorías inmediatas para continuar con el desarrollo del reto, y vaya que funcionó.
Se divisa una cuesta lejana,
pocos puntos de color azul en ella, por la hora supongo que estamos cerca del
final teniendo en cuenta que la parada que hicimos la tuvimos en el kilómetro
5.8 y calculando que habíamos trotado unos treinta minutos más, tendríamos que
estar llegando ya a la recta final, o al menos a lo más ligero y pensar eso
obvio que fue un error. En la parte baja de la colina no hay mucha gente, a
este punto las distancias entre competidores se han alagado y queda simplemente
aferrarse a la fiereza de lo que pueda superar, en la medida de lo posible, uno
mismo. El camino está muy irregular, las pisadas anteriores han dibujado miles
de formas que cuando te yaces en ellas te hundes entre quince a veinte
centímetros de inmediato, es arena muy fina y fácil de remover; la caminata se
hace más densa y las piernas en este momento ya responden al instinto se
sobrevivencia, la necesidad de llegar.
Estoy en la cima, puedo ver a lo
lejos la carretera, el boulevard y el mar, la bajada así como la subida es
estrepitosa, ya no me importa, una energía indescriptible se apodera de mi
cuerpo, automáticamente inclinó al vacío y comienzo a bajar, no sé de donde
salen estas fuerzas, toda esta energía, estoy pasando a muchos competidores con
la velocidad de como si me estuviera salvando la vida delante de alguna trampa
de indiana Jones, esta vitalidad no la tuve en ningún momento de la carrera,
esta vitalidad no la tuve nunca jamás, o al menos eso pareciera. Estoy corriendo
sobre la arena inicial del ingreso al desierto, es muy fácil, las pisadas son
manejables y el ritmo es proporcional a la respiración, todo bien; ya puedo ver
mucha gente, estoy entrando a la salida que da a la carretera, un niño regando
el arenal del frontis de su casa me regala un chorro de agua en la cara –por
cierto, el chorro de agua más celestial del universo-, estoy llegando al puente
que me conectaría con la derecha de la carretera y la entrada final, me
desespero por subir y por bajar, llegué a otro extremo, las miradas de los
terceros sirven como aplausos para lo logrado, el vaso me comienza a reventar.
El dolor s insoportable porque al momento de apresurarme cambié mi respiración
e hizo que moleste la tracción natural de mis órganos.
Estamos a pocos minutos de la
llegada, rengueando el trote se avanza, hay un túnel de personas que te reparte
agua en el rostro y la cabeza y cual mejor amigo te invita de una manera muy
efusiva a seguir la dirección y llegar a la meta, las personas aplauden, al
menos una o dos de ellas, doy la vuelta a la izquierda por el camino de la
pista está el arco con la meta, la llegada es una suerte de carnaval, estoy
ansioso y feliz, levanto el puño derecho, cierro los ojos, llegué.
Me siento un hombre de hierro,
camino con extrema arrogancia hacia el descanso para estirar los atareados
músculos, busco algo de comer, me tomo una Miller y reflexiono en cuánto tiempo
habré logrado y en qué posición habré quedado, la verdad poco me importa, a
estas alturas siento que soy el único que ha logrado vencer mi propio yo, sin un objetivo claro, sin una
meta, sin un valor agregado; estoy atrapado en el cauce aborigen de querer más.
Es indescriptible tratar de graficar el momento, y en total la situación; en
unos minutos llegarán mis amigos y compartiremos experiencias y hablarán de sus
anécdotas, historias y demás, todos con algo que contar, todos con nuevos
sentimientos en su haber, todos con nueva motivación, todos con el corazón endurecido por el amor a
correr.